Viernes, 19.00 horas, estás medio arreglada y,
encima la boda, de la que eres testigo por ser de una de tus mejores amigas, es
a las 19.30 horas y no has salido de tu
casa. ¿Qué haces? Terminar de vestirte en el taxi con la consiguiente mirada
indiscreta del taxista, que a esas alturas de su vida ya ha visto casi de todo
y encima gratis. Bueno, mejor dicho cobrando.
Estado anímico, ENFADADÍSIMA, porque el que va al
lado tuya, para variar, va “perfecto” (en el 98% de la veces, a costa de tus
carreras) y encima relajado. Para colmo, como llegas tarde, nadie ha podido
elogiar lo guapísima que vas (porque hasta a la más fea del mundo le dicen que
va guapa pero, cuando te toca a ti, “siempre te lo dicen de verdad”) y el
modelazo que llevas (si tienes mucho interés en la boda, todo es nuevo, y, si
no, es reciclado o prestado). Pero bueno, llega la novia, empieza la boda, la ceremonia
larguísima (con cantos incluidos) y, cuando parece que todo va a acabar
¡empiezan las fotos! Te pones, te quitas, te quitas, te vuelves a poner y,
¡bien!, se acabaron.

Por fin, llegas a la famosa finca que, por lo que
dice la gente, “tiene unas vista preciosas” pero que como ya es de noche, por
motivos obvios, no ves nada y resulta ser un sitio más de celebraciones, con
luces amarillentas o peor blanco LED que, entre el mal color de cara que le dan
a los invitados y lo poco que se ve, hace que te muevas poco en los aperitivos,
los cuales, como has llegado tarde, te has perdido la mitad y todo el mundo
dice que estaban buenísimos.
Al cabo del rato, llega una chica muy mona, con
cofia incluida, y te pregunta tu nombre para indicarte tu mesa en la cena.
Mmmm, no estás. Le dices que pruebe con el nombre del “perfecto”. ¡Ah, sí! Sr.
Perfecto y Sra. ¡¿Pero la amiga no era tuya?! Veinte años de amistad para que
una de tus mejores amigas te resuma a “y Sra”. Pero bueno, cosas del protocolo.
Primer plato, no te gusta; segundo plato, tampoco te
gusta; postre, que bueno… pero que pequeño es. Conclusión, que hambre tienes ¡y
con el dineral que ha costado el cubierto! Encima, otra de tus mejores amigas,
que comparte mesa contigo, en previsión a lo que podía, e iba a pasar, (porque
la tía se había informado previamente del menú y se le había olvidado comentar
que era cocina modernita-extrañita-carita) te dice que no tiene hambre porque
se ha comido antes de salir un “mollete con jamón y tomate que estaba
buenísimo”.
