Siempre me ha llamado la atención como puede ser que
una familia “rica, rica”- vamos de los multimillonarios de toda la vida, sí, de
esos que cuando dicen en la prensa el capital estimado, e intentas traducirlo a
la añorada peseta, se te van los ceros y ya no sabes por donde vas y donde
pones el punto- SE MATAN POR UNA HERENCIA. Y por desgracia ejemplos hay muchos.
Dígase: los de Fiat, los de Margaret Astor, los de Lacoste, los de Gucci… y así
un largo etc. Porque yo puedo llegar a entender que los parientes políticos
metan la pata, pero que una madre (muy rica) se pelee con unos hijos (ricos)…
por dinero… ¡eso es antinatura!
Vamos, personalmente, creo que no merece la pena,
porque en general, son personas muy mayores y duran poco. Claro, que luego te
encuentras en la portada del Hola a los que han sobrevivido a las batallas
judiciales, ya sean como vencedores o vencidos, llorando (algunos de penas o
otros ¡seguro que de alegría!).
Pero lo más inaudito es cuando te enteras que un
multimillonario ha dejado millones, aparte de a fundaciones benéficas u ONG (lo
que me parece loable), a su perro, que encima es su mejor amigo, y que lo único
que le ha dicho en la vida es “guau”. ¿Os imagináis la cara de los hijos en el
momento de abrir el testamento? Y es en esta situación cuando das gracias a
Dios por pertenecer a la especie en extinción, por los tiempos que corren, de
la clase media, donde lo que hay para repartir es lo que hay, y sobre todo por
ser española. Porque en otra cosa se puede discutir, pero en derecho de
sucesiones nuestro Código Civil es bueno, o por lo menos coherente.
Y es que en España no vale eso que les dicen los
americanos a sus hijos de “te voy a desheredar”. Aquí chulerías las justas y
siempre quedará la “legítima” y al perro que le den, que por ser un bicho no
hereda.
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