Hoy en Desde el Caballo
de las Tendillas contamos con una nueva colaboración de Antonio de la Torre.
Esta vez nos habla de la educación en España, algo que hemos tratado en otras
ocasiones en estas mismas páginas. Un grave problema con una difícil solución…
Así titulaba un conocido
diario, no hace mucho tiempo, la situación de nuestra juventud universitaria.
Un titular que, como dato para la estadística, está muy bien, pero que
inmediatamente me trae la siguiente pregunta: ¿cuántos de esos jóvenes
titulados españoles encuentran un empleo, profesional y económicamente, acorde con
la cualificación que el título supondría?
Desde que en 1982 se empezó
a abrir universidades en todas las capitales de provincia -y ciudades de
mediana importancia-, sin freno ni control, además de haberlo hecho sin un
análisis objetivo previo de la necesidad real sobre qué disciplinas podían ser
necesarias o, siquiera, convenientes, de acuerdo con el mercado y las demandas
sociales, sino en ese intento "igualitarista", que no igualitario, de
que todo el mundo tuviera acceso 'fácil´ a la Universidad, comenzó
también a bajar el nivel de muchos de nuestros universitarios, especialmente en
esas nuevas universidades, creadas precipitadamente en muchos casos, por eso
del "café para todos" que tanta aceptación tuvo, en lo que califiqué
hace muchos años como la "Incontinencia Universitaria" en que
la clase política ha ido cayendo, o consintiendo según los efectos pendulares
que nuestro sistema democrático ha ido deparando.
Además, se ha podido ver
que, en la mayoría de esas nuevas universidades, por no decir en todas, y
posteriormente también en buena parte de las clásicas, por mor de las
disposiciones adicionales de una ley universitaria del PSOE que hizo
"catedrático" a casi cualquiera -lo que yo llamo la izquierdización
de la Universidad, que ya empezó a principios de los setenta-, el mayor mérito
para acceder a los puestos de profesorado ha sido, muchas veces, la proximidad
al PSOE que gobernó entre 1982 y 1996 y que empezó reformando, "a
peor", todo hay que decirlo -LODE de 1985-, los sistemas de enseñanza,
especialmente en su base, prevaliendo el que "el niño apruebe" a que
"el niño sepa". Y más de treinta años de "siembra" de ese
sistema, que el Partido Popular cuando ha tenido mayorías absolutas tampoco ha
cambiado, están dando ahora esos frutos.
Al propio tiempo que esta
degeneración universitaria se iba extendiendo, se procedió a cerrar los
centros de Formación Profesional, empezando por las antiguas Universidades
Laborales y Escuelas de Maestría y Oficialía, que producían magníficos
profesionales, hoy prácticamente desaparecidos, no valorando que es mucho mejor
un buen profesional de oficio, contento, que un universitario frustrado por no
ser valorado su título, en función de su procedencia, por el mercado, las más
de las veces por una muy baja cualificación debida a ese descenso del nivel docente
y educativo que decía.
Así pues tenemos un dato,
el 40% de titulados, y otro no menos cierto, más del 50% de paro juvenil, lo
que conforma una extraña combinación: una juventud, teóricamente, más cualificada, al menos en
número -de su nivel cultural no hablamos-, y al mismo tiempo cada vez más
jóvenes desempleados en términos absolutos y relativos. Cuando menos,
paradójica esta situación.
¡Ah! y no nos olvidemos
de algo fundamental, al tiempo que dramático, una inmensa mayoría de los
titulados excedentes de lo que un mercado bien dimensionado necesitaría, jamás
encontrará empleo de la cualificación que su titulación dice. Por eso el
subempleo, cuando se encuentra un puesto de trabajo, es otra característica de
la actualidad laboral que tenemos desde hace unos años en España entre la
población juvenil que sale con su título universitario bajo el brazo cada año.
Sólo unos pocos, de algunas Universidades, con frecuencia privadas, encuentran
un trabajo acorde con su categoría o puede tener acceso a un puesto de primer
nivel en algún país extranjero.
Desde mi punto de vista,
el Partido Socialista y, por extensión, los partidos nacionalistas, que por
otras motivaciones han producido el mismo efecto pernicioso, han confundido su
forma de entender la igualdad de derechos, tan 'arraigada' en nuestra
sociedad en las tres últimas décadas. En
mi opinión, la verdadera igualdad consiste en que nadie se quede sin acceder a
una universidad cualificada por falta de recursos económicos, pero siempre bajo
el mayor grado de exigencia de esfuerzo y mérito, para obtener la
correspondiente ayuda económica del Estado, beca, que pueda necesitar. Sólo eso
permite ser competitivo al terminar una carrera: que salgan egresados los
mejores. Creo sinceramente que le hubiera supuesto menos coste al Estado reforzar
las universidades que existían en los años ochenta, concentrando en ellas a los
buenos estudiantes y enviar a los mejores a Harvard o a cualquier otra
Universidad de reconocido prestigio que esa profusión de centros universitarios
de segunda que se convierten, a la postre, en unas "fábricas de parados
o subempleados", en el mejor de los casos.
Así lo veo, con la
perspectiva de más de cuarenta años desde que terminé mis estudios en una de
las doce Universidades que en los años sesenta y setenta existían en España y
en las que no todas las disciplinas (carreras) en ellas eran de primer nivel y
tras haber seguido la evolución del sistema a través de mis cinco hijos, entre
cuarenta y veinte años, es decir, desde la EGB a la ESO.
Mi conclusión es que, en
lugar de mejorar lo existente, que funcionaba razonablemente bien, e irlo
completando en función de lo que el mercado y la necesidad demandara, se optó
por cambiarlo todo, como es característico de la forma de actuar en este país
durante los dos últimos siglos, por lo menos, y se prefirió ampliar y facilitar
los accesos disminuyendo el nivel de exigencia académica y anteponiendo la
cantidad a la calidad, lo que siempre suele ser un mal camino y, en el campo
universitario, como hemos explicado, puede llevar al desastre.
Y, para completar el
desaguisado, se cedió la competencia en Educación a esos reyezuelos de las
taifas autonómicas y el Estado abandonó en sus manos la mejor herramienta para
el adoctrinamiento. "Educa a los niños y no tendrás que castigar a los
hombres", decía Pitágoras más de cinco siglos antes de Cristo.
Los efectos están a la
vista y, treinta años después, lo estamos comprobando. La realidad se comenta
sola, para el que quiera verla. Y el populismo creciente se alimenta, entre
otros, de estos productos.
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