Después de conocer el resultado de la segunda vuelta de las
elecciones francesas, que dio pie a lo que algunos hayan calificado ya como “día del alivio europeo” a este 7 de
Mayo -veremos lo que tarda alguna cadena comercial en promocionar esta fecha
para celebrar los aniversarios del evento- lo primero que me vino a la cabeza fue
esta reflexión/conclusión con la que titulo mi artículo, algo que en España, el
acierto de las encuestas preelectorales -primer motivo de sana envidia-, llevamos
sin conocer ni por aproximación, convocatoria tras convocatoria, ya sea en el
ámbito nacional o regional -se salva, en parte, el municipal, en ciudades no
muy grandes, en las que prima la persona al partido-. Alguna vez nuestros
encuestadores van a errar hasta en transcribir los resultados después de
conocidos, porque en la interpretación de los mismos también yerran algunos,
siempre más atentos a satisfacer al medio que los contrata que a acercarse a la
realidad de la sociedad que, gracias a Dios, se toma a “canto de sirena” lo que
dicen unos y otros “profetas” de lo que les gustaría a ellos que ocurriera y
votan como les viene en gana.
Pero no es sólo eso lo que me despierta esa sana envidia que
decía, de nuestros vecinos del Norte. Las imágenes de la noche electoral y las
del día después nos dejaron un pueblo francés -vencedores y vencidos- unido en
torno a sus respectivos líderes, con algarabía o desencanto, portando en masa
la bandera de Francia y nada de signos “simbólicos” que no fueran ese. Ya
pudimos comprobar ese mismo fenómeno cuando se produjeron los luctuosos
atentados terroristas de los últimos años, allí. Aquí, en cambio, prevalecen
cada vez más las enseñas localistas -regionales o provinciales-, cuando no las
inconstitucionales banderas republicanas y secesionistas o las de países
caracterizados por las dictaduras comunistas totalitarias que inspiran algunas
de ellas, e incluso las de la extinta URSS.
Como decía, esta segunda vuelta -otra cosa también motivo de
sana envidia, aunque dudo de que en España, sectariamente girada hacia la
izquierda en Universidad, Justicia y medios de comunicación, valiese ese
sistema- se resolvió optando por el mal menor -algo que, en otra medida, pasó
aquí en las dos últimas elecciones- y con una abstención récord del 25’44 %
-que ya quisiéramos nosotros-.
El incuestionable triunfo de Macron se produce por un 66’10%,
frente al 33’90% de Le Pen, casi el doble en porcentaje del voto computable
-88’53 % de la participación, una vez deducidos de ésta el voto en blanco (8’51%) y el nulo (2’96%)-. Pero
me gustaría destacar que, si tenemos en cuenta los resultados obtenidos por
ambos candidatos, detrayendo el descontento con la situación política en
Francia, representado por la más alta abstención desde 1969 y los votos en
blanco o nulos, los porcentajes relativos de ambos candidatos pasan a ser del
43’63% y 22’38%, respectivamente, un 66’01% en total, en relación con el censo francés,
que indica que, algo más de un tercio de los franceses en edad de votar,
desaprueban el sistema o no les gusta ninguno de los dos candidatos finalistas,
algo que debería hacer pensar al ya Presidente de la República vecina porque
puede ser revelador -en mi opinión- de un problema real, común al resto de la
Europa más desarrollada.
Veremos ahora qué resulta de lo que puede considerarse una
“tercera vuelta” electoral que representan las próximas elecciones legislativas
-también a doble vuelta- con la incertidumbre de un Presidente sin partido
político y la fortaleza del sistema electoral francés que, en esta fase, se
basa en la elección de 577 “diputados de
distrito” que deberán ganarse el puesto frente a sus oponentes, en un cara
a cara con una media de algo más de ochenta y dos mil ciudadanos cada uno. Y este
sería el tercer motivo de sana envidia, ¿cuándo cambiaremos el nefasto sistema
electoral de listas cerradas y bloqueadas que tenemos en España? Un sistema que
cercena la democracia al dejar las posibilidades de participación en los
comicios a los nombres que el presidente de cada partido quiera poner en sus
listas y que produce que nuestra pretendida democracia representativa se
convierta en una partidocracia “cupulocrática” interesada en mantener el poder -o
llegar a él- integrada por gente, en general mediocre, que se ocupa
principalmente de sobrevivir a base de no presentar oposición alguna al líder
que pone su dedo sobre sus “fieles” -el
que se mueve, no sale en la foto, ¿recuerdan?- y eliminando al que tiene
criterio propio.
Y, como en el caso de Alejandro Dumas y sus tres mosqueteros,
que eran cuatro, y ya que estamos hablando de Francia, no pueden haber tres
motivos de sana envidia sin un cuarto que, en este caso, sería ver que, cuando
el descontento del país vecino se traduce en un vuelco electoral que lleva a los
dos partidos tradicionales a la desaparición del primer plano electoral -casi
total en el caso del PSF-, sí aparecen candidatos con nivel intelectual y
profesional acreditado en lugar de “chiquilicuatres” oportunistas y
charlatanes, apoyados por “profesionales de la política” que han probado el
chollo de vivir del cuento y “matan” para no perderlo, aunque sea a costa de
imitar a Marx -Groucho- “estos son mis
principios, pero si no le gustan tengo otros”. Un par de mediocres,
totalitario uno e indefinido y volátil otro -al que alguno de sus “fanáticos”
defensores va poniendo en su sitio- , que vienen a “arreglar” el mundo sin
haber hecho nada destacable en su vida, antes, ni a nivel académico serio y
contrastado -formación- ni a nivel
profesional -no han gestionado, seguramente, ni su comunidad de vecinos- ni a
nivel político -salvo en el caso de los arribistas que llegaron al “panal de rica miel”, que sí pueden “acreditar” su
sumisión al líder del momento en otros partidos de los que salieron rebotados y
llegan con la misma sumisión al nuevo, para que siga la “fiesta”-.
Confío -y deseo- que el señor Macron sepa rodearse de gente preparada y de nivel para lidiar la nada fácil situación que hereda del artífice de la debacle socialista francesa -un ZParo más, salvando las enormes distancias entre ambos- que aún puede ser peor aquí, si ese clon -surgido de la nada, intelectual y política- expulsado hace pocos meses por sus “compañeros”, hiciera triunfar su mensaje extremo y radical que le acerca al “bandarra” de la coleta o a alguno de sus purgados.
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