jueves, 17 de agosto de 2017

ALGUNAS CAUSAS DE TANTO DISPARATE Y OTROS DISLATES DE AGOSTO, por @AntoniodlTL


Escribía en mis últimos artículos sobre la desastrosa influencia que los calores típicos del verano podrían ejercer en el día a día de la política y su traducción en no pocos disparates con los que la actualidad nos venía sorprendiendo. Hoy, desde la “tranquilidad” de esta época del año voy a dedicar algunas reflexiones a otras posibles causas aparte del calor.



Me desayunaba el martes con el resultado del conocido como Ranking de Shangai -uno de los más reputados a nivel mundial- que dejaba la pésima noticia -no por repetida, menos mala- de que entre las quinientas mejores universidades del mundo, la primera española -Pompeu Fabra de Barcelona- estaba en el puesto 239 y había que descender hasta el 313 para encontrar a la otrora afamada Universidad Complutense de Madrid, mientras otras nueve españolas -cinco entre los puestos 382 y 495- están también entre esas quinientas. Todo un triste “récord” en una lista que, como de costumbre, sigue encabezada en sus primeros cinco puestos por cuatro universidades americanas -con Harvard y Stanford  en los dos primeros lugares- y la británica Cambridge en el tercero.

Claro que no debe sorprendernos si consideramos que el sistema educativo español, desde los primeros 80, optó por la “cantidad” de titulados en lugar de por la “calidad y la excelencia”. Lo que hace muchos años -1990- definí como “incontinencia universitaria”, llevó a nuestros políticos a la “siembra” -sin abono suficiente (buenos docentes)- de universidades en todas las capitales y ciudades de mediana importancia que, como no podía ser de otra forma en esa línea de “mientras más grande sea la base -que no más firme-más importante seré yo” (reyezuelo mediocre), pronto quisieron tener todas o casi todas las especialidades en su oferta. Resultado, “fábricas de titulados”, en su mayoría frustrados en sus expectativas al no encontrar hueco para su “no especialidad” en el mercado. A su vez, parte de esos titulados mediocres “alimentan” al propio sistema y la espiral no podía llevar a otro sitio que a ese nivel -decreciente- de nuestra enseñanza “superior”. Los malos educadores, decía Ortega, imponen sus gustos a la sociedad rebajando el nivel a límites lamentables.

Y es que, en mi opinión, en la transferencia de la Educación -día a día convertida en adoctrinamiento sectario- y en la consiguiente laxitud educacional, está la principal clave de los males que asuelan a España -aunque no sea un mal exclusivo nuestro-, en ese delirio igualitario convertido por la izquierda en igualitarismo y no remediado por la supuesta derecha, cada vez más socialdemócrata en sus actos. Por eso, el poder, lo primero que quiere es la educación, para ir “formando” el futuro.

Otra de las causas que a mi juicio subyace en el “desnortamiento” generalizado de buena parte de esa juventud frustrada -entre otras cosas- por el sistema universitario y desmotivada por una educación permisiva -muy exigente con los derechos pero “olvidada” de que todo derecho entraña una obligación y una responsabilidad-, fue la suspensión del Servicio Militar -curiosamente por un Gobierno del PP- que, si bien estaba necesitado de una reforma, quizás un acortamiento y, desde luego, un enfoque más práctico y actual con los tiempos que venían, jamás debió ser suspendido puesto que era un buen complemento para la comprensión de ciertos principios, orden, obediencia, disciplina -saber callar, tan importante algunas veces en la vida-, valoración de lo de casa, etc.  y de un mínimo de sentimiento patriótico, que tampoco venía mal y, en muchos casos, representaba la única oportunidad que buena parte de nuestra juventud tenía de ver otra realidad distinta de la de su entorno geográfico y familiar y de adquirir una mínima formación profesional y humana. Con todos los matices que se quieran, pero así era el denostado Servicio Militar, obligatorio hasta 2001.



De esa mediocridad creciente, derivada de las dos causas expuestas, no iba a librarse, como es lógico, la clase política que, como me dijera un día don Manuel Pizarro, no era otra cosa que “el fiel reflejo de la sociedad” y, fruto de ello, aparecen personajes, en el primer plano de la política, sin fuste formativo alguno ni experiencia acreditada en nada, que llegan al Poder Legislativo -nada menos- con su mochila vacía, cuando no -en muchos casos- cargada de odio y resentimiento a espuertas y un ánimo de venganza por algo que en su mayoría desconocen y que les ha sido inducido de manera torticera. Ahí tenemos al deplorable Rodríguez -prototipo de la indigencia intelectual en política- cuyas barbaridades sería interminable tan sólo citar y cuya sesgada ley de Memoria histórica fue tal vez lo más grave que dejó. Su aplicación unilateral -y derivadas como la doble vara de medir, etc. - no ha tenido otro efecto que despertar “las dos Españas de Machado -a quien, por cierto, uno de los suyos quiere eliminar del callejero (que no ‘nomenclátor’) de Sabadell por “franquista”- dormidas” desde la transición gracias a la generosidad de una de las partes y al esfuerzo de ambas, que sí sabían de qué iba la cosa -no contaban con los infiltrados nacionalistas, con objetivos a largo plazo distintos-.

Las tres causas analizadas -simplificando mucho, claro- dieron lugar, a mi juicio, a una cuarta, Pablo Iglesias, personaje que nunca debió aparecer en nuestra política, hijo y nieto de tristes antecesores, surgido inicialmente de un movimiento al más puro estilo bolivariano como fue el 15M (2011/ZP), que aparece por el descontento con la casta que estaba llevando España a la ruina -¿nos acordamos de los comienzos de Chávez en Venezuela?- y que toma fuerza por la degeneración del PSOE tras los gobiernos de Rodríguez y la nefasta gestión de sus sucesores, Rubalcaba y, sobre todo por el giro a la izquierda de su clon Pedro Sánchez. Claro que esta cuarta causa se pudo evitar si la sensata reacción del pueblo español ese mismo año, que dio una holgada mayoría absoluta al PP, se hubiera visto correspondida, pero ese es otro asunto que ya he tratado no pocas veces.



El resultado de estas “causas” no podía ser otro que el de los disparates ya glosados en otros artículos y los dislates de los últimos días: La huelga encubierta -y ya, descubierta- de controladores de accesos en el aeropuerto de El Prat, resuelta en primera instancia, aunque tarde, por una acertada decisión del Ministerio de Fomento, de recuperar para esa tarea a la Guardia Civil, que nunca debió ser apartada de ese cometido. Nunca los servicios y organismos públicos deben ser controlados o vigilados por empresas de seguridad privada. Conozco bien al Grupo Eulen, en el que fui Director General de una de sus empresas, pero no procede aquí mayor detalle. Y no faltó el exabrupto del desmemoriado Secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, que califica de “una forma de esquirolaje” (sic) -¿sabrá de dónde viene esquirol este “maestro” sin estrenar?- el uso de la guardia Civil para resolver el conflicto del personal de Eulen y se queda tan tranquilo o el no menor del “podemizado” portavoz de la ejecutiva, Óscar Puente, que dice que “la crisis de Venezuela está sobredimensionada en España”. Y no digamos nada sobre la salida de pata de banco del pobre candidato socialista madrileño, José Manuel Franco -menudo trauma llevar ese apellido para un socialista-, diciendo que “si España fuera plurinacional, Madrid sería una nación”.

Y mientras, desde fuera -The Wall Street Journal- nos tienen que decir lo que muchos no quieren ver desde dentro: “España es el ejemplo de la recuperación europea”, pese a todo.

Del paralelismo entre la degradación de España, y del españolismo, y el antimadridismo imperante, puesto de manifiesto -una vez más- el pasado domingo en el Campo Nuevo de Barcelona -otro dislate-, hablaré en otro momento. Cuando se lea esto ya habrá sido el partido de vuelta al que, Dios mediante, habré asistido en el Bernabéu. Mi pronóstico lo omito, aunque es previsible.



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