La
archidiócesis madrileña niega una misa por el alma de Franco cuando se cumplen
42 años de su muerte. Cada vez es más difícil encontrar algún sacerdote que
esté dispuesto a la celebración de una misa por quien fue Jefe del Estado de
España durante casi cuarenta años, católico y defensor a ultranza de la
Iglesia, a la que salvó de ser exterminada, literalmente, por el marxismo
durante la Guerra Civil. En la zona republicana, la Iglesia católica quedó
fuera de la ley desde las primeras horas del inicio del conflicto. Vestir
hábito o sotana, o simplemente ser católico y no ocultarlo, era optar a una
muerte inmediata. La relación de víctimas sacerdotales y religiosas del Frente Popular
a lo largo de toda la Guerra Civil es extensa: 13 obispos, 4.184 sacerdotes,
2.365 religiosos, 283 religiosas y decenas de miles laicos por ser católicos.
Desde la época de Roma nunca había sufrido la Iglesia católica en todo el mundo
una persecución tan espantosa, y con alcance legal, por el monstruoso decreto
que firmó Azaña el 11 de agosto de 1936.
En
la zona nacional la actitud fue exactamente la contraria: una cruzada religiosa
contra los sin Dios. La componente religiosa llegó a ser muy pronto la clave
del factor moral, la diferencia más importante entre la actitud de las dos
zonas. Desde el primer momento la Iglesia se posicionó a favor de Franco. Los
primeros fueron los obispos de Pamplona (Marcelino Olaechea) y Vitoria (Mateo
Múgica) en su demoledora pastoral del 6 de agosto de 1936, que unificaba ya la
causa nacional con la causa de la Iglesia: “…este monstruo moderno, el marxismo
o comunismo, hidra de siete cabezas, síntesis de toda herejía, opuesto
diametralmente al cristianismo en su doctrina religiosa, política, social y
económica.”
La
Iglesia respondió a la persecución con la Cruzada. El mismo general Franco
habló de cruzada en sus mensajes desde África, pero fue el prelado de la
diócesis de Zaragoza, monseñor Rigoberto Doménech, quien proclamó oficialmente
la Cruzada en su circular del 29 de agosto de 1936: “Ha transcurrido poco más
de un mes desde que nuestro glorioso Ejército, secundado por el pueblo español,
emprendió la presente cruzada en defensa de la patria y de la religión”. Pero
el título de obispo de la Cruzada hay que dárselo al obispo de Salamanca don
Enrique Pla y Deniel, donde en su pastoral “Las dos ciudades” (30-09-36) se
reconoce el apoyo del Papa y la Iglesia española al Alzamiento: “Ya no se ha
tratado de una Guerra Civil, sino de una cruzada por la religión y la patria”.
El cardenal primado de Toledo, Isidro Gomá, completa la triada de obispos que
orientan prontamente la Iglesia de España y del mundo sobre el carácter de
Cruzada de la Guerra Civil española, como en su escrito doctrinal del 23 de
noviembre de 1936, “El caso de España”, que tuvo una difusión enorme: “…un
espíritu de verdadera cruzada en pro de la religión católica”. El mismo Papa
Pío XI, en su alocución del 14 de septiembre de 1936, se refería a las víctimas
del Frente Popular en España “como verdaderos martirios en todo el sagrado y
glorioso significado de la palabra”.
En
1937, se publicaba en Bélgica una antología con 16 pastorales de obispos
españoles en apoyo pleno al Movimiento Nacional, considerado como lucha
religiosa. Mientras, Franco publicaba un decreto de 6 de mayo de 1937 por la
que se organizaba la ya preexistente y espontánea asistencia espiritual a las
fuerzas armadas y milicias. En su encíclica “Divini Redenptoris” del 19 de mayo
de 1937, el Papa Pío XI acusa al comunismo de haber causado la muerte de varios
obispos y de millares de sacerdotes y seglares católicos en España, en una
“lucha contra todo lo que es divino. El comunismo es, por naturaleza,
antirreligioso”. El cardenal Gomá, líder indiscutible de la Iglesia española,
aplaude a Franco por haber salvado a la Iglesia de España en una carta sobre
“El sentido cristiano español en la guerra” (30-01-37).
El
espaldarazo definitivo a Franco se produce con la Carta Colectiva de 1 de julio
de 1937 de 43 obispos españoles, todos menos dos (Vidal y Barraquer no la firmó
para que no se recrudeciera la persecución religiosa contra sus diocesanos de
Cataluña). La carta quiere compensar el “desconocimiento de la verdad de cuanto
en España ocurre” y se queja de la actitud de “una parte de la prensa católica
extranjera… se persiguió y vejó a la Iglesia antes de que estallara la guerra;
ha sido víctima principal de la furia de una de las partes contendientes… La
división en dos bandos es tajante: el espiritual, con la defensa de la patria y
la religión; el materialista, con el comunismo, el marxismo y el anarquismo”.
La Carta Colectiva alcanzó en todo el mundo una difusión colosal. En Estados
Unidos se agotaron las varias ediciones. Todos los episcopados se sumaron a la
tesis de la Iglesia de España. El apoyo de la Iglesia a Franco era total.
Además, el Fuero del Trabajo (10- 03-38) está inspirado en la doctrina social
de la Iglesia, desde León XIII a Pío XI.
El
nuevo Papa Pío XII, 2 de marzo de 1939, envía un cálido saludo destinado
primordialmente a Franco, y el día 10 del mismo mes le manda el siguiente
telegrama: “Haciendo votos por nuevos éxitos conforme a las gloriosas y
católicas tradiciones y bendiciendo cordialmente a la querida España…”. Y el
mismo día de la victoria, 1 de abril de 1939, llegaba a Burgos el telegrama de
felicitación enviado por el Papa Pío XII.
Tras
la Guerra Civil, y a pesar del asedio y conspiración exterior, las muestras de
la Iglesia a favor de Franco son innumerables. Así, Pío XII bendice a Franco en
1944 y reconocía “su devoción a la Santa Sede y su política esencialmente
católica”. Y ante el acoso de la URSS a Franco al término de la II Guerra
Mundial, la Iglesia española, por boca del arzobispo primado Pla y Deniel,
acude en socorro de Franco y su régimen, situados en posición dificilísima, y
dice el 1 de septiembre de 1945: “Desde hace muchos siglos no se había
reconocido la independencia de la Iglesia como por el actual Gobierno. La
pasada cruzada vino a ser un plebiscito armado”. El 27 de agosto de 1953 se
firma el Concordato entre la Santa Sede y el Estado español, con el que Franco
recibía un respaldo mundial decisivo. Con la llegada del Papa Juan XXIII, 12 de
octubre de 1958, el nuevo pontificado se abre con gestos amistosos para España:
un telegrama del Vaticano, fechado el 3 de noviembre, comunica la bendición de
Juan XXIII para el jefe del Estado. El 23 de septiembre de 1961, el Papa Juan
XXIII bendice a España en términos muy preconciliares: “Heraldo del Evangelio y
paladín del catolicismo”.
Y
ahora, la misma Iglesia española que Franco salvó del exterminio le niega una
misa mientras se posiciona de perfil ante el separatismo catalán, permitiendo
urnas y esteladas en los templos, acogiendo a enemigos declarados de la Iglesia
y tomando un posicionamiento político contrario al catolicismo. Es la misma
archidiócesis de Madrid que exculpa y perdona a Rita Maestre, la puta
(expresión que empleó la jueza y que comparto plenamente) que profana capillas,
se desnuda, agrede y amenaza a los feligreses: “Arderéis como en el 36”. No,
como en el 36 no, pero los que niegan una misa a Franco arderán eternamente
junto a Satanás, al que sirven fielmente. Como dijo Jesús en el Evangelio de
San Mateo: “Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres,
pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad”.
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