Contamos hoy con una nueva colaboración de Antonio de la Torre, en el que refresca un antiguo escrito en el que pedía reformas para nuestra democracia, algo necesario aunque muy difícil de aplicar, visto el panorama que tenemos...
Refresco un artículo no publicado que escribí a finales de 2013 –entonces no tenía acceso a algunos medios y me limitaba a contar mis desahogos en mi perfil de Facebook-, cuando ya, después de dos años de Gobierno Rajoy se veían algunas cosas y se intuían otras, unas positivas y otras negativas, al final de su mandato –hoy ya evidentes.
Refresco un artículo no publicado que escribí a finales de 2013 –entonces no tenía acceso a algunos medios y me limitaba a contar mis desahogos en mi perfil de Facebook-, cuando ya, después de dos años de Gobierno Rajoy se veían algunas cosas y se intuían otras, unas positivas y otras negativas, al final de su mandato –hoy ya evidentes.
Decía entonces –y me
reafirmo cada día más- que, muchas veces, cuestiono que España esté preparada
para un sistema democrático, a sabiendas de que mi comentario puede levantar
ampollas, pero desde mi punto de vista, un país no es democrático sólo porque
pueda votar cada equis tiempo, sino cuando la decisión de ese pueblo llamado
“soberano” se escucha y se interpreta correctamente, no desde el interés
personalista –a lo sumo partidista- de unos pocos y que el voto requiere de una
reflexión y una capacidad de análisis de las que, por desgracia, la mayoría de
españoles está muy falta.
En España, nuestros
políticos, especialmente los de izquierdas y nacionalistas -que sólo quieren
masas aborregadas-, contribuyen, entre todos, a que el voto se polarice más por
los sentimientos que apoyado en la razón. Pero también los de derechas, por su
falta de valor para echar a un lado los complejos –lo hemos comprobado
desgraciadamente en estos cuatro años y, en particular, la pasada semana- y no
hacer las reformas estructurales que España necesita, aprovechando las
circunstancias que, de vez en cuando, les dan las urnas a través de mayorías
absolutas amplísimas.
Está claro que, incluso
el peor PP, como el que tenemos ahora, es infinitamente mejor que el menos malo
de los PSOE, como el de la primera época de Felipe González –la Historia nos ha
brindado no pocos ejemplos de lo que la socialización mal entendida nos depara
cuando la izquierda rige (que no, gobierna) los destinos de la Nación- , pero
España necesita algo más. O mejor dicho, mucho más.
Hace falta un Gobierno,
con mayúsculas que…
- Recupere competencias,
dejando las Autonomías como meras organizaciones de gestión descentralizadora,
pero con supervisión directa desde el Estado y mecanismos ágiles de
intervención.
- Reordene la Educación,
que debe ser troncal para todo el Estado, aunque se respeten las
particularidades de aquellas regiones que las tuvieran –todas las tienen-, pero
parece que sólo cuentan las de algunas, mal llamadas ‘históricas’.
- Permita que la Sanidad
sea igual en todo el territorio nacional para todos los españoles.
- Separe definitivamente
los poderes, de forma que el judicial sea, de verdad, un poder de control del
ejecutivo con una Justicia, también con mayúsculas, igual para todos, en lugar
de que sea una continuación del poder político que, a su vez controla el
legislativo mediante listas cerradas y una endogamia hermética.
- Condene al corrupto y
al que corrompe, estableciendo la obligación primera del reintegro de lo
sustraído con fuertes multas y sanciones hasta el ámbito penal, si lo
requieren.
- Haga cumplir las penas
íntegramente a terroristas, violadores y malnacidos en general.
- Embride a los sindicatos
y corte con las subvenciones fáciles, de manera que los que no sean capaces de
sobrevivir con las cuotas de sus afiliados desaparezcan. Lo mismo para los
partidos políticos, organizaciones empresariales, empresas públicas como
‘asilos’ de amiguetes, sin más objetivo que alimentar el clientelismo, etc.
- Iguale, al menos, si no
anteponga, el derecho al trabajo frente al derecho de huelga, mediante una Ley
de Huelga que muchos llevamos esperando -casi treinta y ocho años, ya- como se apuntaba en cumplimiento de lo
recogido en el Art. 37.2 de la Constitución de 1978.
- Replantee y regule la
función pública con carácter nacional y unitario. No puede ser que para una
población que, desde 1978, ha crecido escasamente un 20 %, el empleo público lo
haya hecho un 45 %.
- Defienda y potencie el
derecho a la vida, empezando por derogar la Ley del Aborto de la era Zapatero
–sólo se ha retocado, básicamente, en cuanto a la capacidad de abortar las
menores de dieciséis años- y limitar los casos a los que por motivos extremos
lo puedan aconsejar, estableciendo la educación y ayudas que sean necesarias
para evitarlos.
- Retroceda la Ley de
matrimonios homosexuales, reduciéndola al reconocimiento de derechos para este tipo de parejas, sin
desvirtuar el significado auténtico del matrimonio, término que debería ser
exclusivo para las uniones de hombre y mujer.
Podríamos seguir con un
exhaustivo detalle (recorte de gasto en numerosos capítulos, como exceso de
universidades públicas y de disciplinas en las mismas, duplicidades y
triplicidades de organismos públicos, personal asesor sin cualificar,
agilización de las instituciones –Justicia, Sanidad y Tribunal de Cuentas,
entre otras-, etc., etc.), pero creo que, para empezar, algunas de estas
medidas harían que se recuperara la confianza en los políticos y que, poco a
poco, el resto de acciones se fueran tomando.
Sólo así, desde mi modesto punto de vista, España volvería a la senda que nunca debió abandonar y que tanto está costando retomar pese al esfuerzo -impuesto por el Gobierno- de la mayoría de los españoles. El triunfo de los antisistema que ahora se dibuja en el horizonte como alternativa posible –espero que no probable- haría inútil ese esfuerzo y nos retrotraería e etapas muy dolorosas, afortunadamente ya pasadas, que algunos parece que no quieren recordar.
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