El mundo es de los violentos, gracias en muchas ocasiones a
los que no lo son. Nuestra especie cuenta, entre sus patrones de conducta
(aquella conducta que es innata) la de posicionarse siempre en torno al más
fuerte. Probablemente no sea más que instinto de supervivencia, y es que el ser
humano actual no dista apenas nada del primate que habitaba las cavernas.
Raras son las personas que levantan la voz contra la
injusticia ajena, (contra la injusticia propia sobran voces), que se posicionan
a favor de la víctima, plantando cara a su verdugo.
Somos tribales, gregarios, y esa característica nos lleva a
buscar la seguridad del grupo y esa seguridad está junto al líder, que
normalmente lo es gracias al uso de la fuerza. Y eso nos convierte en seres
serviles, aduladores, traidores, corporativos. Se trata de una figura que en
psicología tiene el nombre de "disonancia cognitiva". Cuando hacemos
algo que entra en conflicto con nuestros valores o creencias, le damos un
significado diferente, para poderlo asumir sin culpas. Esto hace que cuando una
persona cierra filas en torno a un violento, por miedo a que su violencia se
vuelva contra ella, se justifica a si misma cambiando el valor de los hechos y
dotando de una apreciación más benévola al ser infame al que defiende.
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