Hoy en Desde el Caballo de las Tendillas contamos con la
colaboración de José Quijada, que nos habla de las consecuencias de la victoria
del 1º de abril de 1939. Una vez más nuestro amigo nos da su opinión sobre este
hecho histórico…
Mucho se ha comentado y escrito sobre el libro de reciente
aparición “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular” de
los historiadores Tardío y Villa que, tras cinco años de minuciosa
investigación, acta por acta, de las elecciones del 16 de febrero de 1936, han
demostrado que fueron un “fraude orquestado para que la izquierda lograra una
victoria por mayoría absoluta”. 700.000 votos sacó más la derecha y al menos 50
escaños pasaron al Frente Popular de manera ilegítima: más votos que votantes
censados, lacres rotos, papeletas que aparecen y desaparecen, tachaduras,
borrones y raspaduras en los sobres. Además, al menos 16 muertos y 39 heridos
de gravedad por la violencia desatada por el Frente Popular en aquellos días
del 16 al 19 de febrero.
Sin embargo, no entiendo la sorpresa de muchísima gente
(periodistas y escritores entre ellos, incluso los mismos autores del libro
referido) sobre el fraude masivo que perpetró el Frente Popular. Hasta el
presidente de la II República, Niceto Alcalá Zamora, señalaba el 24 de febrero:
“Manuel Becerra, conocedor como último ministro de Justicia y Trabajo de los
datos que debían escrutarse, calculó un 50 por ciento menos las actas cuya
adjudicación se ha variado bajo la acción combinada del miedo y la crisis”. El
17 de enero del 37, en un artículo publicado en “Le Journal de Genéve”, el
mismo Alcalá Zamora detalla el Golpe de Estado del Frente Popular: “…El Frente
Popular obtenía solamente poco más de 200 actas, en un Parlamento de 473
diputados… La mayoría absoluta se le escapaba. Sin Embargo, logró conquistarla
consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de
legalidad y de conciencia. Primera etapa: desde el 17 de febrero, el Frente
Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de
los resultados… desencadenó en la calle una ofensiva del desorden, reclamó el
Poder por medio de la violencia… Algunos gobernadores civiles dimitieron. A
instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de
documentos electorales. Segunda etapa: Conquistada la mayoría de este modo, fue
fácil hacerla aplastante… Se anularon todas las actas de ciertas provincias
donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron diputados a candidatos
amigos vencidos. Se expulsaron de Cortes a varios diputados de las minorías…
Fue así que las Cortes prepararon dos Golpes de Estado parlamentarios”. Creía
que sólo mentes tan llenas de pasión como privadas de cultivo, pervertidas por
una permanente y multiforme propaganda exterior e interior eran capaces de
ignorar hechos tan apabullantes y demostrados. Estaba en un error.
La II República fue ilegítima desde su inicio, proclamada en
unas elecciones municipales que ganaron los monárquicos en proporción 4 a 1. Su
presidente del Gobierno, Manuel Azaña, había negado tres libertades
fundamentales, tres pilares de la democracia, nada más llegar: la de
asociación, la religiosa y la de enseñanza. Las elecciones del 28 de junio de
1931 no fueron democráticas y los responsables de la Constitución de 1931
violaron la democracia porque hicieron una Constitución de media España contra
la otra media, como se iba a demostrar en las elecciones de 1933.
El Frente Popular comenzó a fraguarse nada más perder Azaña las
elecciones de noviembre de 1933. La derrota de la izquierda determinó que Azaña
empezase a hablar de organizar una federación o alianza de los partidos de la
izquierda republicana. Tras el fracaso de la Revolución de octubre de 1934, de
la que Azaña estaba al corriente, éste comenzó a cortejar la unión con los
socialistas a través de cinco cartas con Prieto (la primera el 25 de diciembre
de 1934) y diversas reuniones. Así, Azaña, ante 100.000 personas en Mestalla el
26 de mayo de 1935, decía: “Nos juntamos aquí otra vez para inaugurar una
campaña y preludiar un ajuste de cuentas… La condición fundamental, hoy por
hoy, es la coalición electoral de las izquierdas”. Para Ricardo de la Cierva “El
discurso de Azaña en Mestalla no es solamente el antecedente, es el pregón del
Frente Popular… Para Azaña, la coalición de izquierdas desborda las estrecheces
de un pacto táctico electoral para convertirse en una base de acción común”. El
impulso original, la radicalización de las masas y la polarización de las
alianzas de toda la izquierda española de cara a las elecciones de 1936 se debe
a Manuel Azaña, secundado por Indalecio Prieto.
Franco acató la venida de la II República a pesar de las
ilegalidades, no intervino en La Sanjurjada de 10 de agosto de 1932, acabó con
el Golpe de Estado a la República de socialistas, comunistas, anarquistas y
nacionalistas catalanes de octubre de 1934, y se mantuvo fiel a la II República
hasta que “media España no se resigna a morir por la otra media”, como dijo Gil
Robles tras su demoledor y célebre
discurso en Cortes (16 de junio de 1936) del balance de la violencia política
desde las elecciones de febrero de 1.936. El vil y cobarde asesinato de Calvo
Sotelo fue la gota que colmó el vaso de la paciencia y el aguante ante un
gobierno tiránico e ilegítimo. Por todo ello y mucho más, la victoria del 1 de
abril de 1939 fue un triunfo sobre el marxismo y su terror, sobre Stalin que
quería un satélite de la URSS en el sur,
sobre la ilegalidad, sobre el golpismo y sobre la antiEspaña.
Hay que distinguir con nitidez entre la historia de los
hechos y la historia de la propaganda de la izquierda, un rapto permanente de
alucinación histórica. El socialista Julián Besteiro lo definió como “Himalaya
de mentiras”; el prestigioso historiador Burnett Bolloten, “El gran engaño”; el
ilustre escritor George Orwell, “orgía de mentiras”. Los tres personajes
conocían y sufrieron, dentro de las filas del lado rojo, el terror marxista.
Pero para la insondable estupidez progre y los dogmáticos vergonzantes de la
historia marxista Franco es el golpista y el sanguinario, claro. Cuánto imbécil
y gilipollas.
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