Hoy contamos con una nueva colaboración de Antonio de la Torre, que nos habla de ese nuevo espécimen que ha surgido de unos años a esta parte en los medios de comunicación, la del tertuliano que todo lo sabe...
Perdónenme los lectores la licencia que me permito en el
título de mi artículo, pero es lo que me sugiere la proliferación de este
particular estilo “periodístico”, la
tertulia, que, desde que allá por los finales de los ochenta el
desaparecido Antonio Herrero la introdujo en la también extinta Antena 3 Radio,
se ha venido poniendo de moda hasta llegar a ser denominador común en las
parrillas de programación de todas las cadenas de radio y TV, ya sean políticas
-las más-, deportivas - tampoco escasas- y, para que no falte de nada, del
corazón –vulgo, cotilleo, y también abundantes -, que contribuyen al “sindiós”
en que -en mi opinión- se ha convertido la “información” -cada vez menos
objetiva- sustituida ahora por opinión interesada -cuando no sesgada- sobre
cualquier cosa que suceda a lo largo y ancho de la geografía nacional o
internacional -cierta o no, comprobada o tampoco- desoyendo el Código de la FAPE: «El compromiso con la búsqueda
de la verdad llevará siempre al periodista a informar sólo sobre hechos de los cuales conozca su origen,…, así
como a no publicar material informativo
falso, engañoso o deformado».
Y esa proliferación desbordada de parloteos y charlas de café
-la mayoría insufribles-, ha dado lugar a unos perfiles mezclados de “políticos”
y “periodistas” que, bajo el término “tertulianos”, que los une, ha “evolucionado”
a lo que yo denomino “tertulíticos”
-políticos que gracias a las tertulias se han hecho famosillos-, cuyas
actuaciones como “hombres de Estado” no los ameritan para nada serio y dicen bastante
poco de verdadero interés, y “periolianos”
-periodistas que, gracias a las tertulias, han encontrado un complemento a su
sustento, cuando no su razón de ser, a falta de medios de papel, si no de
capacidad para escribir o redactar algo, bien-. Entre estos últimos los hay que
pasan de un medio a otro varias veces al día. La tertulia sustituye a la
lectura -en caída libre- en proporción directa a la mediocridad que se ha ido
apoderando de la sociedad. Siempre es más fácil -y cómodo, añadiría- ponerse
delante de la caja tonta o del receptor de radio -estas, no todas, suelen tener
algo más de nivel- para ver imágenes y escuchar titulares y opiniones que se
suceden unos a otros y ahorran del esfuerzo de pensar y analizar con criterio
propio.
Reflexionando sobre esa “representación” que, muchas veces
-si no las más-, son las tertulias, me acordé de unos versos que tradujo
Quevedo en su Doctrina de Epicteto, que nos deja términos de absoluta
actualidad y resalto en negrilla: “No
olvides que es comedia nuestra vida/ y teatro de farsa el
mundo todo/ que muda el aparato por instantes/ y que todos, en él, somos
farsantes./ Acuérdate que Dios, ‘desta’ comedia/ de argumento tan grande y
tan difuso,/es Autor que lo hizo y lo compuso. / Al que dio papel breve/ sólo
le toca hacerlo como debe/ y al que se lo dio largo,/ sólo el hacerlo bien dejó
a su cargo./ Si te mandó que hicieses/ la persona de un pobre o de un esclavo,/ de un
Rey o de un tullido,/ haz el papel que Dios te ha repartido./ Pues sólo está
a tu cuenta/ hacer con perfección tu personaje,/ en obras, en acciones,
en lenguaje,/ que el repartir los dichos y papeles,/ la
representación, o mucha o poca,/ sólo al Autor de la comedia toca.
Esos versos del Siglo II, traducidos del griego en el XVII - casi todo está inventado-, vienen que ni pintados a lo que en mi opinión son la mayoría de estas tertulias políticas -de las otras poco o nada oigo y veo-. En este formato, muchos de estos políticos y periodistas mediocres se convierten en “actores” de comedia -la farsa- bajo el guión que les marca el aparato del partido o del medio, que viene a ser casi lo mismo. Decía Galilei que “existen dos tipos de mentes ‘poéticas’: unas aptas para ‘inventar’ fábulas y otras dispuestas a creérselas”, y así se tiende a aceptar como “dogma” lo que se escucha en esas tertulias, especialmente de TV, donde llegan al extremo de sobreactuación muchos de ellos, que se crecen en sus irresponsables “opiniones” sabiendo que nada se les va a exigir si yerran en sus efímeros juicios y “sentencias” -algo así como un Twitter televisado-.
Es frecuente ver en las tertulias cómo
se contradice ese refrán de “la mentira tiene la patas muy cortas” y prosperar
hasta límites insospechados informaciones sin contrastar. Lo hemos visto en una
de la mañana -reedición de aquel periódico, El Caso, caracterizado por
recrearse en el morbo de los sucesos, que los mayores recordarán- que
contribuyó en recaudar fondos para el “tratamiento” costoso de “enfermedades raras
y terminales”, que se convirtieron en sendos fraudes perpetrados por personas
sin escrúpulos e incluso con antecedentes penales. También, afirmaciones
-en una de la noche, el pasado verano-, en boca de un senador y alcalde del
PSOE, tales como “gracias a Felipe
González, existen Sanidad y Educación públicas en España”, sin que nadie le
respondiera ni recordara desde cuando estaban reguladas por ley esas dos prestaciones
sociales. La Sanidad, por ejemplo, en Diciembre de 1942 se implantó el Seguro
Obligatorio de Enfermedad, y la Educación -hasta hace treinta años con
mayúscula-, y sin remontarnos al Colegio de Gandía -primero de los Jesuitas (Siglo
XVI), al que siguieron muchos más hasta su expulsión por orden de Carlos III (1767)-,
la Junta de Instrucción Pública (1812) -reorganizada durante la Segunda
República, con Miguel de Unamuno al frente- o la Ley Moyano (1857), fue objeto
de gran desarrollo durante el franquismo -Ley de Educación Primaria (1945),
Ley de Ordenación de Enseñanza Media (1953) o Ley General de
Educación (1970), por citar algunas de cuando el “dios” Felipe ni estaba ni
se le esperaba-. Precisamente esa LGE/70 fue la que confirió carácter
universitario a los estudios de periodismo y transformó (1975) la Escuela
Oficial de Periodismo -creada por cierto en 1941, en el franquismo- en Facultad
de Ciencias de la Información -craso error, a mi juicio- que muchos de esos “periolianos”
seguro desconocen. A cualquier cosa - con todo el respeto- se le llama ahora
“Ciencia”.
El “perioliano” habla con aplomo y el
mensaje “cuela”, porque es lo que muchas veces se pretende con la tertulia, la “dogmatización
de la mentira” -repítela mil veces y la harás verdad, decía Göebbels- ante una
audiencia cada vez más mediocre y menos crítica, producto de esa “reforma
educativa” que fue la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE) de 1985 -esa
sí, del “number one” González, su ministro Maravall y el entonces meritorio Secretario
de Estado, Rubalcaba-, que lo que sí hizo fue vulgarizar la “educación” bajo el
falso mensaje de igualdad -mejor dicho, igualitarismo de nivel bajo-.
Además, en esas tertulias, con
muchos “tertulíticos y periolianos” de plantilla, todos opinan de todo como si
de enciclopédicos “sabios” se trataran -el Maestro Liendre, que de nada sabe pero
de todo “entiende”- aunque, comprobando las meteduras de pata que cometen
cuando hablan de algo que uno sepa un poco, no es difícil colegir lo que serán algunas
de sus opiniones.
Otra característica de las
tertulias es que pocas veces llevan a verdaderos expertos en las diferentes
materias que abordan y, cuando sí, los “profesionales” no les dejan hablar o la
propia “corrección política” del invitado -si de un “tertulítico” se trata- le
hace diluirse en el debate, por si “el dedo que hace la lista” se enfada, limitándose a la consigna del partido y renunciando
a hacerse eco de la verdad de la calle, cuando no es que viven alejados de esa
realidad que dicen representar.
No me resisto a terminar sin dejar
mi opinión sobre lo ridículo que resulta -en mi opinión, claro- ver a esos presentadores
de tertulia convertidos en “hombres anuncio” -otra lamentable “moda” del género
tertuliano- ni a destacar otro perfil muy común en esa tertulias y que, a mi
juicio, también forman parte de la “undécima plaga” con la que completo
el título de mi artículo. Me refiero a esas máquinas de errar, llamados
“sociólogos” -¿debería llamarlos “sociolíticos”, o “sociolianos”?-, que no dan
ni una, elección tras elección, y que nunca entenderé cómo siguen siendo contratados
por los medios. Pero, me temo, habrá que seguir sufriéndolos, a unos y a otros,
en ese circo informativo en el que se han convertido la mayor parte de las
tertulias.
Creo que hay un libro, con el título "Hablar de todo y no saber de nada. Las tertulias y la nueva política", escrito por un conocido expolítico catalán, Juan López Alegre, que no he leído, pero que habrá que buscar para ver si la opinión de este amigo dista mucho de la que acabo de dejar plasmada más arriba.
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