José Quijada Rubira, @PepeWilliamMunn, vuelve a participar en DECDLT con un
interesante artículo.
Corría el año 1978
cuando los españoles nos dimos –nos impusieron con fórceps, más bien- el
conocido por Estado de las Autonomías, un engendro monstruoso, una entelequia
que no hay por donde cogerla, un regalo envenenado que nos ha dejado los
políticos de la llamada transición, esos que se nombran a sí mismos,
pomposamente, Padres de la Patria y que están enormemente orgullosos de este
atentado perpetrado contra España y su unidad, y al que algún día habrá que
bajarles del pedestal en el que están colocados y situarles donde se merecen:
en el podio de la mayor vileza, cobardía y traición cometida contra esta
gloriosa y heroica nación. Sin duda, el veredicto de la Historia los reubicará.
Ahora, aquél
dislate de las Autonomías, ese esperpento insostenible y delirante de nación de
nacionalidades, amenaza ruina total. Ese edificio construido con materiales
poco consistentes, de escasa solidez, está carcomido de manera irreversible y
va a derrumbarse sin remisión, sin solución posible. Sólo hay que esperar al
acto final, a la caída de esta Torre de Babel actualizada.
Nos vendieron
desde la izquierda y la derecha, que el mejor modo de frenar los embates del
secesionismo era mostrarse conciliador y poner la otra mejilla, convirtiendo a
España en 17 Reinos de Taifas, en 17 pequeñas españitas, enfrentadas unas
contra otras, sólo mirando por su bien particular y no por el conjunto de la
nación, que es el de todos y el que nos hace grandes y mejores. Este laberinto
español fue aquietando a su Minotauro con concesiones autonómicas que fueron
larvas de mini-estados, dándoles competencias de todo tipo –como la Educación-
que alimentaban el odio hacia España como nación, combatiéndola, debilitándola
y destruyéndola, lenta pero eficazmente, hasta dejarla inerte.
El Estado de las
Autonomías no es el fruto de una reflexión cabal y respetuosa con la Historia. Al revés: el
uso frívolo del término “nacionalidad”, desde la transición, llevaba
necesariamente a este enmarañamiento de administraciones y al monumental sinsentido actual. Lo peor de
todo es que los gobernantes, los que podrían buscar una solución –al menos intentarlo-
no quieren saber nada de este tema, mirando hacia otro lado, como si no
existiera el problema. ¿Y por qué no quieren arreglar este disparate? La
respuesta es sencilla: los partidos políticos tienen montado un entramado para
vivir ellos a costa de los demás. La llamada casta política, como ya nos
advertía Camba, concibe el Estado como una gran central eléctrica a la que hay
que enchufarse para brillar.
El escritor,
periodista y visionario Fernando Vizcaíno Casas ya avisó en 1981, en su
profética novela “Las Autonosuyas”, el Patio de Monipodio en que se iba a
convertir España, en esa nueva Torre de Babel, con 17 banderas, 17 lenguas, 17
historias, 17 razas…Todo inventado y que conlleva a la aniquilación de España,
a su fin después de más de 500 años de unidad.
En la
extraordinaria, melancólica y bellísima película de Anthony Mann, “La caída del
Imperio Romano” (1964), en la escena
final del film, una voz en off, explicaba: “Una gran civilización no es
conquistada hasta que no se ha destruido ella misma desde dentro”.