Cada vez que veo por la calle a un niño con
una manualidad camino del colegio, no puedo remediar acordarme de mi compañera
de clase Salud Sánchez (nombre inventado para no herir sensibilidades). Por muy
bueno que fuese mi trabajo, el suyo siempre era mejor. Que había un concurso...
ella siempre ganaba. Y encima, hasta se lo merecía porque era brillante. ¡Ya
era hasta cansino!
Y es que lo de las manualidades de la clase
de tecnología, que era así como se llamaba la famosa asignatura allá por los
90, era muy frustrante. No importaba lo adelantado que llevases el trabajo que
la tarde de antes era apoteósica. Y encima tenía suerte porque las cosas que
hacíamos eran normales, no quiero ni pensar que hubiera tenido que hacer una
americanada de volcán. A mí me enseñaban a hacer cosas como: un marquito de
taracea, una caja decorada con cromos, un cuadro con láminas estilo 3D. Pero
¿un volcán?, ¿para qué querrán los americanos que los niños en los colegios
aprendan a hacer volcanes? Y encima ya si echa lava... En fin, luego su
educación es mejor que la nuestra. ¿Será porque saben hacer volcanes?
Pero frustración la que sentía una amiga
que estaba en otro colegio cuando veía los trabajos de una compañera a la que
se los hacía su madre. ¡Y es que estaba cantado!... eso no había quién se lo
creyese... bueno sí, la profesora. Mi amiga decía que la madre de la otra
cometía hasta pequeños fallos para que pareciese que lo había hecho su hija. Siempre
le quedó la duda de si su profesora era muy inocente o lo fingía.
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