Participaba el lunes pasado, como
despedida de este curso, en una entretenida comida -y no menos larga sobremesa-
con tres muy buenos amigos, miembros, como yo, del Aula Política del Instituto
para la Democracia de la Universidad CEU San Pablo. Como no podía ser de otra
manera, entre los temas de conversación tuvo carácter prioritario un repaso a
la preocupante y delicada situación por la que atraviesa nuestra querida
España, cada día menos UNA y realmente LIBRE y con serias dudas de que, aparte
de en lo económico -y con reservas, es decir, altísima deuda-, siga siendo
GRANDE.
Ninguno de los presentes éramos
ajenos -como tantos españoles de bien- a que la preocupante situación actual
por la que atraviesa nuestro país -en vías de recuperación económica, sí, con
un turismo en auge, también (pese a la Sra. Colau), y clara tendencia alcista
en la creación de empleo-, se debe en una parte considerable a no haber hecho
bien algunas de las tareas urgentes que esa ESPAÑA, S. A. demandaba,
arruinada como estaba, económica y-sobre todo- moralmente, por el peor y más
mediocre presidente de la historia y sus respectivos equipos de “destrucción
masiva”-. Cierto que algunas “semillas”, las más importantes a mi juicio tal
vez, cesión de la educación y auge del nacionalismo, ya venían “sembradas”
desde los años ochenta y primeros noventa-. Cierto también que, en esta segunda
ruina, la de la sociedad, aunque haya sido más por omisión que por acción,
tuvieron su parte de culpa los mucho mejores gestores -con los matices que se
quieran- de los gobiernos de don José Mª Aznar y los actuales del Sr. Rajoy
y puede que sus “complejos”.
Mi particular visión, como ya he
dejado expuesta de manera palmaria en no pocas conversaciones y escritos, desde
los primeros meses de 2012 -algunos me lo habrán oído o leído-, es que don Mariano
Rajoy, que supongo que llegó a la Presidencia del Gobierno consciente de lo
que heredaba -prefiero no pensar otra cosa-, imagino que tendría preparado un
“gobierno en la sombra” para gestionar la bancarrota que iba a recibir y
recuperar la, hasta 2004, gran España que había remontado la crisis de los
noventa en la primera legislatura del PP, llegando a tener un papel muy
importante en la Europa del euro a comienzos del siglo XXI.
Nunca entenderé -y me temo que no soy
el único- por qué don Mariano, tras conseguir el mayor grado de poder que
ninguno de sus antecesores tuvo desde la transición -mayoría absoluta, en
Congreso y Senado, que le dio el Gobierno de España; en trece de las diecisiete
Autonomías, más las dos “ciudades autónomas”, y en la mayor parte de
Diputaciones y Alcaldías-, no emprendió las reformas que esa capacidad de
decisión le hubieran permitido -salvo que existieran causas para no hacerlas
que desconozcamos-, aparte de la necesaria recuperación de una crisis económica
que la negación por el ahora amigo de Maduro y su equipo dejó a un paso de la
quiebra y la intervención.
Sabíamos que el principal problema de
España -o el más visible, diría mejor- era el económico, y que su principal
causante, sin duda, las tan mal gestionadas “taifas” autonómicas, muchas de
ellas en quiebra evidente ¿por qué no se tenía bien estudiado el gasto público
y las posibilidades de recorte, antes de subir los impuestos? Dos comunidades
con mayoría absoluta Popular entonces, Valencia y Murcia, estaban en quiebra
-como después se ha visto- además de muchas otras, como Cataluña y Andalucía,
por citar sólo las más importantes de otros colores políticos. ¿No hubiera sido
acertado por parte del Gobierno entrante, tras las explicaciones oportunas y
para que nadie pudiera decir que su mayoría absoluta lo llevaba a actuar contra
sus rivales, proceder a la intervención administrativa de esas dos ruinas del
Levante español -Valencia y Murcia, repito- gobernadas por los suyos, en
aplicación del tan controvertido ahora Art. 155 de la Constitución y
demostrando así también, de paso, que
-dicha aplicación- no consistía exclusivamente en la “entrada de los tanques”
como algunos -torticera e interesadamente- quieren vender?
De haberlo hecho, y demostrando a los
tres o seis meses -no más- los resultados obtenidos que sin duda hubieran sido
buenos -porque si los gobiernos centrales del Partido Popular han
demostrado algo es que saben gestionar mucho mejor que los socialistas,
expertos en la ruina: “si los pobres votan socialismo, ¿quién estará más
interesado en crear pobreza?”-, el Gobierno de Rajoy hubiera quedado
legitimado para hacer lo mismo después en Cataluña y Andalucía -quebradas
también- callando a los rivales políticos al haber empezado por los suyos y
sirviendo al mismo tiempo para frenar la espiral separatista que “el diálogo
sin fecha de caducidad” no ha hecho más que alimentar. No se puede olvidar que “La
mejor enseñanza es el ejemplo” y muchos hubieran aprendido así, creo.
¿Alguien duda de que si en el primer
año de gobierno esa hubiera sido la línea de actuación, las cosas habrían sido
distintas y, seguramente, la “carga” confiscatoria fiscal bastante más liviana?
Aparte de que los españolitos de a pie -particulares y empresas- ya habíamos
demostrado sobradamente que sabemos “apretarnos el cinturón” bastante mejor que
la casta política si las cosas vienen mal dadas, por cierto, casi siempre a
causa del mal gobierno de sus teóricos “representantes”.
No tengo ninguna duda de que ni el
independentismo -intervenido administrativamente antes de sacar los pies del
tiesto de manera desafiante- habría crecido en sus despropósitos
rampantes, ni la izquierda “moderada” -con
el PSOE casi desaparecido “gracias” al tándem ZParo/Rubalcaba- hubiera
encontrado cobijo en el frustrante Ciudadanos -que no habría llegado al
escenario nacional en su “triple salto mortal con ‘diecisiete’ tirabuzones” y a
su veleidoso papelón fuera de Cataluña, donde los “naranjitos” se movían mejor-
o la extrema, con Izquierda Unida “hundida”, sin el casi, hubiera encontrado el
asidero de Podemos.
Pero nuestro primer regidor optó por
el “diálogo” -sin darse cuenta de que su interlocutor se hacía el “sordo”, sin
deseo alguno de entender lo que se le pretendía decir- y por el “estricto”
cumplimiento de la legalidad vigente -lo que está muy bien en un país normal-
sin recordar lo que ya dijera Tácito, un siglo antes de Cristo: “Cuanto
más corrupto es el Estado, más numerosas son las leyes”, como parece
que ha ocurrido en España , donde una excesiva, complicada y farragosa
legislación hace que la Justicia sea demasiado lenta, lo que en
sí misma ya la hace injusta, además de incomprensible en sus sentencias, muchas
veces. Para muestra, la sentencia de 13 de Marzo de 2017 del TSJ de Cataluña
sobre el acto “presuntamente” sedicioso de Arturo Mas y adláteres del 9
de Noviembre de 2014. Dos años y medio para una evidencia y “presuntos” delitos
de desobediencia, malversación de fondos públicos y otras “menudencias”. ¡Ah! y
por la política del “mal menor” que sigue rentando dada la mediocridad
de los rivales.
Evidentemente, mis reflexiones se
quedan en una mera hipótesis, pero concédaseme al menos la posibilidad de que
podría haber sido así o incluso -dejando volar la imaginación- que debería
haber sido así, aunque además hubiera habido que aumentar la carga fiscal
-posiblemente menor- que, como buenos ciudadanos, habríamos aceptado de mejor
grado viendo disminuir el gasto público y la aplicación y cumplimiento de las
leyes.
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