Los que me conocen un poco, saben bien que
cuando se habla de la situación por la que, sobre todo en los últimos años, pasa en España - desgobierno, populismo,
mediocridad, corrupción, etc.- siempre me remito a la Educación -mejor dicho, a
la NO Educación-, como la causa fundamental que -en mi opinión- subyace en el
fondo de casi todo lo que viene sucediendo desde hace cuarenta años,
independientemente de que la tan socorrida “globalización” haya podido influir,
en parte.
Cierto que algunos dicen que todo lo ocurrido en
España durante la última década ha sido como consecuencia de la crisis
económica mundial de 2007 -aquí se empezó a notar en 2008 y no se reconoció
como tal hasta 2011- que se tapó desde entonces con toda clase de eufemismos,
como “desaceleración económica”, “brotes verdes”, etc., y frases rotundas del
entonces presidente como "Lo de que
hay crisis es opinable" o "La
crisis es una falacia, puro catastrofismo", pero yo creo que esa no ha sido sino la
tapadera -útil para algunos- de las otras crisis que, verdaderamente, han
afectado al pueblo español desde que se desvirtuó el espíritu de la Transición
de 1978 -a partir, sobre todo, de 1982-, la social, la cultural y,
como consecuencia de ambas, la de
valores y, finalmente, la política,
todas, incrementadas día a día por esa mala Educación que ha perdido la “E”
mayúscula tras una política educativa nefasta y permisiva, incrementada como
consecuencia de transferir esa competencia -la más importante que debe cuidar
un Estado-, porque en una buena Educación está el futuro de un país que se
precie. Pero eso significaría sentido de Estado, algo de lo que carecen la gran
mayoría de los que se dedicaron a la “cosa pública”, hoy, cortoplacistas que
miran por “SU” futuro.
En estos años se ha ido cambiando, lenta pero
de forma segura y callada -sobre todo al principio, para que fuera calando casi
sin notarse-, la mentalidad de profesores, primero, y de alumnos, como
consecuencia lógica, a continuación, arrinconando lo que en los años 50, 60, y
70 -no conocí los 40, pero también fue así, sin duda-, estaba basado
fundamentalmente en el esfuerzo y el mérito para conseguir un objetivo -con los
matices que se quiera, pero así -, y se fue sustituyendo por el igualitarismo, camuflado
de “igualdad”, implantado por las políticas socialistas desde su llegada al
poder, primero con aquella Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación,
LODE/1985, de José Mª Maravall, que preparaba el terreno, y rematado por esa nefasta Ley de Ordenación
General del Sistema Educativo, más conocida por LOGSE, iniciada por él y
aprobada definitivamente en 1990 por Javier Solana, ambos con la inestimable
ayuda del químico Alfredo Pérez Rubalcaba que, desde el “laboratorio” del
Partido Socialista Obrero Español, iba diseñando el “compuesto” que mejor
redundara en el “aborregamiento” que había que transmitir en los centros de
enseñanza primaria y secundaria -la Universidad ya era de izquierdas- para su efecto
a largo plazo, que el Partido Popular, en sus dos etapas de mayorías absolutas,
no fue capaz de cambiar.
Un “compuesto” que, no sé muy bien si como
parte del “diseño” -seguramente- o ayudado también por el devenir de las cosas
y, cómo no, por la libre interpretación que desde entonces se vino haciendo de
la Constitución -en cuyo artículo 2 se reconocían las “nacionalidades”, pero en
ningún sitio he encontrado que eso se tuviera que traducir en la creación de
17+2 miniestadillos con capacidad legislativa-, ha producido, cuarenta años
después, el efecto deseado. “Nacionalidades”
-desafortunado término incorporado al Art. 2 de la Constitución para
contentar a las tres, supuestas y mal llamadas, “históricas”- a las que se
fueron transfiriendo las competencias educativas, hasta completar el
despropósito que ahora tenemos en este área en toda España. Después, cada
“maestrillo” autonómico ha ido “haciendo su librillo” y deformando a su antojo legislación
y contenidos para convertir la Educación con mayúscula en adoctrinamiento
sectario, interesado sólo en acabar con la histórica Nación Española.
Esta deriva se ha ido extendiendo en la
sociedad en general y, cómo no, se refleja en la clase política salida de ella,
llevando -en mi opinión y sin entrar en demasiados detalles- a la errónea
interpretación de los dos significados de nuestro verbo auxiliar, “Ser” o “Estar” -tal vez en la disyuntiva empieza el error y deberían ser
dos verbos independientes- que en otros idiomas se “condensan” en una misma
forma verbal -to be, en inglés, o être, en francés, por ejemplo- pero que aquí
significan -o deberían significar- dos cosas bien distintas. Así, una juventud
mal preparada, pero alimentada desde la escuela por el “tener derecho a todo”,
sin haberlo ganado por su esfuerzo, preparación y experiencia, ha ido
evolucionando en una ambición desmedida que les hace confundir el orden de los
dos significados de nuestro verbo “doble” y muchos quieren ESTAR -llegar a puestos de poder, a costa de lo que sea- antes de SER -formarse y aprender de los errores
y aciertos (que no otra cosa es la experiencia)-, algo que debería ser
imposible. Una confusión que, en política, puede convertirse en tragedia, por
las consecuencias que suponen el que gente sin formación -muchas veces- ni
experiencia -casi siempre, por una simple cuestión de edad-, tengan que decidir
sobre lo que desconocen por una u otra de esas razones, cuando no por las dos -el
sector privado suele seleccionar mejor y respetar los tiempos, por la cuenta
que le trae, se juega lo suyo, mientras que en política prima aquello que
dijera una lamentable ministra zapaterina: “el dinero público no es de nadie”-.
Circunstancia, también, fomentada desde esas nefastas “escuelas” que son las
Nuevas Generaciones o Juventudes, da igual como se llamen, auténticas réplicas
de lo peor de los partidos, convertidas en plataformas de futuros
“profesionales” de la política, expertos en el arte de la trepa, en lugar de fuente
de siembra de valores y principios, cada vez más ausentes en la juventud
actual, con las excepciones que se quieran, pero que no son más que eso,
excepciones, desgraciadamente.
Creo que viene bien recordar de nuevo algo que escribía
en un artículo de hace dos años, “Juventud, divino Tesoro” en el que citaba,
entre otras, un par de frases de Pablo Picasso respecto a la juventud, en esta
línea que comento: “Lleva mucho tiempo
ser joven” o “El camino de la
juventud lleva toda una vida”, junto a una de George Bernard Shaw, “La juventud es una enfermedad que se cura
con los años” -que desde niño se la oía decir a mi padre, aunque se entiende
de verdad cuando se llega a la edad un madura- y otra de Víctor Hugo que decía
algo así como: “Los cuarenta, son la edad
madura de la juventud; los cincuenta, la juventud de la edad madura”. Las cuatro frases se explican solas.
En definitiva, y concluyo, jóvenes, hay que SER para poder ESTAR y, eso -lo puedo asegurar- lleva mucho tiempo, tal vez, toda una vida -y no siempre se consigue- y algo todavía más importante, si cabe, cuando después de mucho esfuerzo, trabajo y mérito -y suerte también, por qué no decirlo-, se llega a ESTAR en algún puesto de responsabilidad, hay que seguir SIENDO, es decir, manteniendo esos valores y principios adquiridos y actualizando y ampliando los conocimientos, lo que muchas veces se olvida. Algunos, lo sabemos bien.
En definitiva, y concluyo, jóvenes, hay que SER para poder ESTAR y, eso -lo puedo asegurar- lleva mucho tiempo, tal vez, toda una vida -y no siempre se consigue- y algo todavía más importante, si cabe, cuando después de mucho esfuerzo, trabajo y mérito -y suerte también, por qué no decirlo-, se llega a ESTAR en algún puesto de responsabilidad, hay que seguir SIENDO, es decir, manteniendo esos valores y principios adquiridos y actualizando y ampliando los conocimientos, lo que muchas veces se olvida. Algunos, lo sabemos bien.
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