Cuando se cumplen cuarenta años de aquel 15 de Junio de 1977,
fecha de las primeras elecciones democráticas celebradas en España tras un
periodo de dictadura militar de otros casi cuarenta -tal vez totalitaria
durante la primera década (esa no la viví); autoritaria, pero con visión de
desarrollo y futuro después (lo que sí viví y, por tanto, puedo asegurar) y,
sin duda, absolutamente light los últimos cinco años (de aquellos polvos, en
parte, estos lodos)-, hemos vivido, en sus vísperas, casi de todo, prueba de en
lo que se ha convertido un buen deseo muy mal llevado a la práctica, la
transición pacífica y la integración de todas las tendencias políticas -incluso
de las causantes directas de la mayor tragedia por la que pasó España en la
Edad Contemporánea (si no en toda su Historia), la Guerra Civil-.
Hace escasos diez días, tras la alegría para muchos españoles
-yo entre ellos- por el importante logro deportivo del Real Madrid -la duodécima
Copa de Europa-, nos llegó una información que amargaba lo que tenía que haber
sido exclusivamente una noche de festejo -“luto” deportivo para otros, claro- que
pasó a ser de tragedia y luto real por el luctuoso suceso que ocurría en esos precisos
momentos en otro punto del Reino Unido de la Gran Bretaña, Londres, y que, tras
días de incertidumbre y no muy brillante gestión policial -de uno de los países
que se creen el ombligo del mundo-, dejó un desenlace trágico con la muerte del
joven español Ignacio Echeverría, un
auténtico héroe que dejó su vida por defender, con lo que tenía a mano -su
tabla de patinar frente a los cuchillos de los terroristas-, a una mujer que estaba
siendo agredida por esa parte radical e incívica de una religión, el Islam, que
se dice “de paz” pero que, paradójicamente, está en una desigual guerra con el
resto de religiones -judíos, cristianos, católicos, budistas, hindúes…- e
incluso en guerra civil entre las distintas facciones islámicas -¿nos recuerda
algo esto del “proceso de paz” y “unos ponen bombas o pistolas y otros su nuca
indefensa” o el simple hecho de estar ahí en un mal momento?-.
Justo una semana después, pudimos ver a otro “héroe” -este
entrecomillado y populista- que salía de nuevo a la palestra para encabezar una
horda separatista -¿para cuándo la actuación de la Fiscalía ante estos
desafíos?- leyendo “al dictado” un manifiesto cuyo fin último no es otro que la
ruptura de una Nación milenaria, España, en la que nació, creció y desarrolló su
carrera profesional, sin traba alguna a su libertad y gozando de todas las
prestaciones y logros que se empezaron a
conseguir cuando él no era ni proyecto, gracias al esfuerzo de
generaciones que crearon las bases sólidas que ahora muchos desaprensivos -él
entre ellos- de ignorancia rayana con su mala fe, quieren tirar por la borda,
eso sí, pagados por el “Estado opresor”. Sabrán mis lectores que me refiero a Pepe Guardiola -no confundir con aquel José Guardiola del “Di papá” o las “16
toneladas” de los 60-, el del “pequeño país del Norte” -tan pequeño,
que nunca existió como tal-, que dijera en su día el de San Pedor -me reservo
el comentario que esta palabra me sugiere- y al que su carrera futbolística,
que no deportiva, con luces sobre el césped y sombras en su vida personal -en forma
de ‘nandrolona’, se dijo y algo habría
cuando fue apartado dos años de los terrenos de juego por sanción federativa-, puso
en primera fila de la actualidad y al que un periodista no dudoso de culé dedicó
una frase lapidaria que lo define: "Fracasa
en el City y triunfa como agitador de masas". Personaje que, mal
que le pese y para su desgracia, es y será español mientras viva, salvo que adopte
la nacionalidad de alguno de los países en los que no triunfa como quisiera, de
donde lo despiden, para su oprobio, con el “Que viva España” de otro español grande,
Manolo Escobar, que presumió de
serlo por todo el orbe.
Tan sólo unas horas después, pudimos ver la antítesis de este
catalán desagradecido. Me refiero ahora, como sin duda habrán intuido también, al
gran Rafael Nadal que, ante un
público -en su mayoría francés- rendido por su nueva proeza, se emocionaba bajo
la Bandera de España y al son del Himno Nacional -por cierto, sin pitos- tras
su décimo triunfo en el Torneo de tenis de Roland
Garros en París. Un deportista -este sí- en toda regla que va haciendo gala
de español por donde juega y que, dicho sea de paso, también es seguidor -en
este caso, socio de honor- del Real Madrid.
Y se remata este corto pero intenso periodo de diez días con
un “postre” para nuestra parodia, la
penosa “miseria parlamentaria” escenificada en el Congreso de los Diputados
-sería mejor llamar “disputados” a sus señorías- y el patético debate tras la “singular”
moción de censura -fracasada desde que era sólo intención- que ese partido
“ejemplar”, triste mezcla de Podemos y sus franquicias con el apoyo de la
absorbida Izquierda Unida -un millón de votantes menos en seis meses-, ha
interpuesto contra el Gobierno del Partido Popular -fruto de sus propias
carencias, todo hay que decirlo-, apoyado en el insulto y monotemático sobre la
corrupción -sólo la de un lado, claro, aunque todas sean censurables y tendrían
que ser erradicadas, más pronto que tarde, empezando por devolver lo que
proceda y con las sanciones que correspondan- y con el único objetivo de
”protagonizar” su show mediático habitual y estar en pantalla -donde crecieron-
lo más posible e inspirados, cuando no financiados, por esos regímenes más que
dudosos y alejados de la democracia, que son Venezuela, Cuba o Irán, adonde sus
políticas rancias nos conducirían si la irresponsabilidad en el voto propiciara
su llegada al poder, acabando sin duda con la “democracia” actual, muy dañada,
como decía antes, pero recuperable si se aplica de una vez el marco legislativo
del que el Estado dispone, con el rigor necesario y sin ambages de ningún tipo.
En definitiva, los dos partidos “regeneradores” han quedado retratados con reproches tales como “vendedor iletrado” que Iglesias dedicó a Rivera o “tonto útil del separatismo” en sentido contrario, y ha vuelto a ponerse de manifiesto que con este panorama y pese al descontento que tenemos con el Sr. Rajoy una gran parte de los que le dimos la mayoría absoluta en 2011 -más por lo que no ha hecho que por lo que sí hizo-, el Presidente del Gobierno no tiene rival de talla en el Hemiciclo, lo que no sé si es bueno o es malo, porque con este "peligro", que no le hace sombra, no es fácil tender a mejorar mucho lo hecho y, sobre todo, lo no hecho hasta ahora, que urge, si queremos reconducir esta España mediocre que se está imponiendo en las últimas décadas.
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