Muchas
veces se nos pone una venda en los ojos que no nos permite ver lo que tenemos
delante y nos hace creer sueños como realidades. Demasiado tiempo en la
sociedad de consumo nos transporta a una sociedad de despilfarro permanente, de
usar y tirar por instinto.
Ya
no sabemos ser sencillos y conformarnos con los dones de la naturaleza, el sol,
el aire fresco, los jardines y esas cuatro cosas que nos regalan los sentidos,
si damos por sin sentido un quinto, el sentido común.
Nos
haría más felices necesitar menos o conformarnos con lo que tenemos, pero nos
han introducido el chip de la necesidad imperiosa como condición sine qua non
para ser afortunado y lo contrario es sinónimo de contrariedad, de frustración,
de inseguridad.
Cuando
parecía que la historia de la vieja Europa se había modernizado en la unión y
la concordia, aparecen como fósiles vivientes antiguas formas de independencia
del pasado.
La
portada de Charlie Hebdo del día 11 llama tontos no a los catalanes, si
no a los independentistas. En Francia tienen bastantes regiones que igualmente
estarían dispuestas a ser un país, y que esperan que vendiendo su maravilloso
queso nacional y su vino autóctono, se van a comer el mundo de los negocios. La
educación reglada y los medios de comunicación son grandes inventos, que sí
caen en manos de unos sinvergüenzas, se convierten en armas de aniquilación
masiva de redes neuronales. Y eso pasa en Cataluña. Jamás se debería haber
permitido a las comunidades autónomas controlar ni la educación ni los medios
audiovisuales. No sólo funcionan de pena, sino que son pozos sin fondo de
dinero público. Ahora 155 razones parecen pocas para verse uno mismo en el
espejo de la realidad. Tal vez los franceses tengan razón en algunas cosas.
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