Viernes, 19.00 horas, estás medio arreglada y,
encima la boda, de la que eres testigo por ser de una de tus mejores amigas, es
a las 19.30 horas y no has salido de tu
casa. ¿Qué haces? Terminar de vestirte en el taxi con la consiguiente mirada
indiscreta del taxista, que a esas alturas de su vida ya ha visto casi de todo
y encima gratis. Bueno, mejor dicho cobrando.
Estado anímico, ENFADADÍSIMA, porque el que va al
lado tuya, para variar, va “perfecto” (en el 98% de la veces, a costa de tus
carreras) y encima relajado. Para colmo, como llegas tarde, nadie ha podido
elogiar lo guapísima que vas (porque hasta a la más fea del mundo le dicen que
va guapa pero, cuando te toca a ti, “siempre te lo dicen de verdad”) y el
modelazo que llevas (si tienes mucho interés en la boda, todo es nuevo, y, si
no, es reciclado o prestado). Pero bueno, llega la novia, empieza la boda, la ceremonia
larguísima (con cantos incluidos) y, cuando parece que todo va a acabar
¡empiezan las fotos! Te pones, te quitas, te quitas, te vuelves a poner y,
¡bien!, se acabaron.
Ahora, empieza lo bueno. Vete corriendo a coger el
autobús para que te lleve a la finca de moda para bodas-bautizos-comuniones que
está en algún sitio desconocido hasta para el GPS. ¡Horror! Hay tantos
invitados, que se han llenado los dos autobuses, que previamente los propios
novios te han insistido en que cojas para que te despreocupes de los controles
de alcoholemia, y hay que esperar 45 minutos (que termina siendo una hora y
media porque los conductores es la primera vez que van y se han perdido por la
malísima carretera) para que te recojan. Y, ahora ¿qué haces? Esperar, encima
no vas a perder el sitio en la cola para perder también el siguiente autobús.
Miras al lado, ¿dónde está el “perfecto”? ¡en el bar de la esquina! Porque como
tenía mucho calor y la ceremonia había sido tan larga, “tenía la boca seca”. Y
ahí estás tú, en la cola, de pie, con tus zapatos nuevos, guardando el sitio el
tiempo que haga falta y hablando tonterías con gente que no conoces porque tus
amigos se han ido todos en el primer autobús.
Por fin, llegas a la famosa finca que, por lo que
dice la gente, “tiene unas vista preciosas” pero que como ya es de noche, por
motivos obvios, no ves nada y resulta ser un sitio más de celebraciones, con
luces amarillentas o peor blanco LED que, entre el mal color de cara que le dan
a los invitados y lo poco que se ve, hace que te muevas poco en los aperitivos,
los cuales, como has llegado tarde, te has perdido la mitad y todo el mundo
dice que estaban buenísimos.
Al cabo del rato, llega una chica muy mona, con
cofia incluida, y te pregunta tu nombre para indicarte tu mesa en la cena.
Mmmm, no estás. Le dices que pruebe con el nombre del “perfecto”. ¡Ah, sí! Sr.
Perfecto y Sra. ¡¿Pero la amiga no era tuya?! Veinte años de amistad para que
una de tus mejores amigas te resuma a “y Sra”. Pero bueno, cosas del protocolo.
Primer plato, no te gusta; segundo plato, tampoco te
gusta; postre, que bueno… pero que pequeño es. Conclusión, que hambre tienes ¡y
con el dineral que ha costado el cubierto! Encima, otra de tus mejores amigas,
que comparte mesa contigo, en previsión a lo que podía, e iba a pasar, (porque
la tía se había informado previamente del menú y se le había olvidado comentar
que era cocina modernita-extrañita-carita) te dice que no tiene hambre porque
se ha comido antes de salir un “mollete con jamón y tomate que estaba
buenísimo”.
Llega el valls, que mal lo hacen lo pobres, menos
mal que los padres de ambos salen para salvar la situación y compartir las
miradas de los invitados. A continuación empieza el chimpún y los famosos
zapatos nuevos te han hecho una carnicería en los pies. Las tiritas, para qué
si se te van a caer. En ese momento te llega una que no ves desde los noventa y
te dice eso de “que zapatos más bonitos, son nuevos ¿verdad? es que se te ha
olvidado quitarle la pegatina de la suela” y, como si fuese un episodio de Ally
McBeal en ese momento, si pudieras, le metías el tacón en la boca.
Hombre, chorrocientas empresas .... en mi caso las puedo contar con los dedos de la mano (el hotel, la música, la de los regalos, la copistería al lado de mi casa, las tienda de los trajes de novios y para de contar...)
ResponderEliminarPues yo, aparte de de las que ha puesto Jesús Castizo Mantas, añado: el alquiler de mi coche y el de mi hoy marido, la peluquera, la manicura y la maquilladores que vino a mi casa, la floristería, el alquiler de la alfombra de la iglesia, el alquiler de la finca-cortijo y el catering por otro lado, el cortador de jamón, el que decantaba los vinos, el alquiler de los autobuses (porque yo soy como la del post, jajaja), la empresa a la que compramos los abanicos, el estanco de los puros, los músicos de la iglesia, la banda que tocó en el banquete y el pinchadiscos que se alternaba cuando descansaba la banda, el fotógrado y el cámara de video, los animadores de los niños y las chucherias...Y eso sin contar con el viaje de novios y la pedida de mano que daría para otro comentario. Vamos que sí, chorrocientas empresas y un dineral que nos costó.
ResponderEliminarTambién los hay que contratan coches de caballos con cocheros y grupo rociero para la puerta.
ResponderEliminarGenial!! Lo que me he reído, que gran verdad y cuantas experiencias vividas. Un beso piti me has alegrado el dia.
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