Los sábados recordamos en Desde el Caballo de las Tendillas y
hoy traemos un artículo de José Quijada, publicado en mayo de 2013 en el que
habla de la evolución de nuestro País desde la Constitución del 78…
A la muerte de Franco, tras las elecciones de 1977, España
aprobó la Constitución de 1978 con un altísimo porcentaje de votos favorables,
sentando las bases para una ejemplar convivencia futura y para la
creación de un Estado del Bienestar, que nos haría ser la envidia de todos y
espejo en qué mirarse. Los mal llamados “padres de la patria” y sus
trompeteros, nos presentaron el nuevo sistema como un bálsamo reparador,
ungüento mágico y antídoto contra todos los males que España y los españoles
habíamos padecido y sufrido anteriormente, bendecido todo por el
“establishment” cultural.
Casi cuatro décadas después, todo lo que nos prometieron
aquellos cacúmenes no se ha cumplido; su fantasía se ha diluido como un
azucarillo en el agua y nos han dejado de herencia una nación muerta, difunta,
sobre cuya piel de toro nos movemos sus habitantes sin saber dónde ir ni qué
hacer, presa del desaliento y del pánico de quien sabe que nada puede hacer
para salvarse de su trágico destino.
¿Qué ha pasado para llegar a esta situación? ¿Qué nos ha
llevado a este final? Pues que esas mentes privilegiadas, esos
prohombres, abrieron la caja de Pandora de nuestros males, dando carta
libre a todos los demonios patrios, amamantándoles y facilitándoles su
crecimiento, permitiendo que toda España sufriera una metástasis irreversible
que le ha llevado a su óbito. Lo peor de todo es que esta permisibilidad fue
consentida, con la total aquiescencia de los que supuestamente velaban por
España, sintiéndose, aún hoy, orgullosos de su hazaña, incapaces de la mínima
autocrítica. Esta arrogancia sin parangón en la historia, les impide reconocer
que:
1). Permitieron desgajar a España en 17 reinos de taifas, que
debilitaron a la nación hasta su aniquilación y desmembración completa.
2). Permitieron la muerte de Montesquieu, convirtiendo al
poder judicial en una marioneta de los políticos y, consecuentemente, la
pérdida de la independencia.
3). Permitieron sentar las bases de una educación de odio
hacia España, alentando el separatismo de manera imparable.
4). Permitieron pactos con el terrorismo etarra, concediéndoles
su ingreso en las instituciones a cambio de nada, vejando y humillando a las
víctimas.
5). Permitieron la corrupción a gran escala, en todos los
estamentos, enriqueciéndose a base de exprimir a la sociedad.
6). Permitieron un sistema de partidos, con poderes
omnívoros, creando una casta privilegiada, donde el nepotismo y la corrupción
es su modo de vida.
7). Permitieron arrinconar y silenciar las gestas pasadas de
España, avergonzándose de su heroica historia.
8). Permitieron sobrepasar los 6 millones de parados,
mientras los políticos, sindicatos y demás prebostes, se enriquecen de manera
fraudulenta.
9). Permitieron el entierro de miles de empresas, mientras no
recortan nada de la elefantiásica administración generada por la corrupta clase
política, para premiar a sus acólitos.
10). Permitieron la impunidad y la delincuencia reincidente,
soltando asesinos con pretextos sonrojantes.
11). Permitieron invertir los valores tradicionales de
nuestra nación, por un relativismo y hedonismo que han socavado los cimientos
y las bases que nos sostenían.
Sólo se puede destruir una nación, cuando ella misma se ha
destruido interiormente. Los ejemplos anteriores, aunque resumidos, son
ilustrativos de esa demolición llevada a cabo desde nuestro interior, por
nuestros dirigentes. Los que aún habitamos el cadáver de España, somos
los restos que dan fe de que existió una gran nación llamada España, de la
misma forma que los restos de civilizaciones antiguas, como la egipcia o maya,
demuestran la presencia y realidad de ellas. El gran lírico romántico, Gustavo
Adolfo Bécquer, escribió: “Cuando la campana suene, si suena en mi funeral, una
oración al oírla ¿quién murmurará? Cuando mis pálidos restos oprima la tierra
ya, sobre la olvidada fosa, ¿quién vendrá a llorar? ¿Quién, en fin, al otro
día, cuando el sol vuelva a brillar, de que pasé por el mundo, quién se
acordará?”. Sería un buen epitafio para esta España extinta.
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