El viejo
caserón está rodeado de jardines, con pinos que parecen horadar el cielo y
palmeras majestuosas. Cuando el viento sopla con furia las palmeras bambolean y
sus ramas danzan al ritmo de la naturaleza.
La gente pasea por
los intrincados vericuetos que discurren entre la floresta. Caminos estrechos y
curvos por los que arrastrar los pies cansados mientras se oyen los jilgueros,
que juguetones cantan ajenos a todo. La caprichosa forja de los bancos de hierro
compite en belleza con los preciosos rosales.
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